UTOPÍA NO ES UNA ISLA
Las distopi´as reflejan nuestras ansiedades colectivas en el marco cultural de la posmodernidad. A diferencia de lo que sucedi´a en la modernidad, ya no creemos que el futuro este´ ligado al progreso y vaya a ser necesariamente mejor. Se ha convertido en algo que nos produce miedo y ansiedad, asi´ que creamos productos culturales que tratan de alertar sobre los riesgos de ir a peor, sobre los peligros que nos esperan a la vuelta de la esquina. Es lo´gico, pero el efecto combinado ha sido devastador. Los productos culturales reflejan la realidad, pero al hacerlo, tambie´n la crean. Imaginar futuros peores nos ha quitado la capacidad de pensar en un porvenir mejor. (
) Esto ha resultado enormemente funcional para el neoliberalismo capitalista, que ha utilizado la produccio´n cultural de distopi´as a su favor, para mantener el orden actual y evitar los cambios. Si solo imaginamos un futuro peor, el presente nos parecera´ admisible y no lucharemos para cambiar las cosas.nnEl futuro esta´ cegado, no nos espera nada mejor de lo que hay. Esa podri´a ser la conclusio´n, a juzgar por los mensajes poli´ticos, culturales y media´ticos que nos llegan cada di´a. Pero ante otros futuros igualmente oscuros, muchos y muchas decidieron imaginar mundos mejores y trabajar por ellos.nnEn Utopi´a no es una isla, Layla Marti´nez recupera proyectos uto´picos pasados que nos devuelvan la capacidad de imaginar y que nos gui´en para construir un futuro en el que merezca la pena vivir.nn nnLayla Marti´nez (Madrid, 1987). Es autora del ensayo Gestacio´n subrogada (Pepitas de calabaza, 2019) y de relatos y arti´culos que se han publicado en diveras antologi´as, como Esti´o. Once relatos de ficcio´n clima´tica (Episkaia, 2018). Ha traducido ensayo y novela para diferentes sellos editoriales y escribe sobre mu´sica en El Salto y sobre series y televisio´n en La U´ltima Hora. Desde 2014 codirige la editorial independiente Antipersona.
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