A MORDISCOS LA ORQUÍDEA
Grau no ronca. Ni siquiera esta vez, resaca sobre resaca, ronca al dormir. Asi´ de bien hecho esta´. Solo una respiracio´n suave, ri´tmica, hipno´tica. Gisbert lo vela con la nariz y la boca enrojecidas. Hay entre ellos un hilo invisible. Diri´a que los pies de Grau estaban en su regazo hasta hace una mile´sima de segundo. Hay un recuerdo del peso de sus talones en la toalla blanca. Los dos hombres esta´n unidos por un calor reciente, un pulso compartido, una respiracio´n acompasada. No veo a Clara en cubierta, pero la siento cerca, conectada a ese hilo transparente.
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